sábado, 10 de junio de 2017

CAPÍTULO 2 (1/2)

Seis de la mañana. Como llevaba haciendo desde hacía varios meses, se puso una sudadera ancha y unas Nike que ya estaban bastante gastadas, pero que aún conservaban su comodidad. Y, con los cascos puestos, salió de casa dispuesta a correr por su ruta de siempre. Siempre había pensado que correr era una tontería, que no tenía sentido hacerlo sin una meta. Pero ahora tenía una: despejarse.

No tenía claro lo que quería hacer con su vida, y sus condiciones económicas la ponían en una situación aún más difícil. “¿Qué es lo que me gusta tanto como para dedicarme a ello para siempre? O mejor dicho, ¿qué es lo que puedo permitirme hacer?”
Eran las preguntas que bombardeaban su cabeza constantemente desde que empezó su último año de instituto. Pero todo eran limitaciones. Vivía en un pueblo más bien grande, perdido en la nada. Allí no había universidades y apenas se planteaban opciones para ayudar a la gente que se encontraba en su situación. No podía permitirse ir afuera a estudiar, aunque ni siquiera sabía lo que hacer. No había encontrado nada que la apasionara realmente.

Vivía a las afueras, a una media hora de la ciudad en coche. Había una larga
carretera recta que conducía hacia ella sin pérdidas. Estaba envuelta por un bosque de frondosos pinos verdes, que ahora estaban cubiertos por un manto de nieve. Estar allí era como ver una de esas postales navideñas.

–¡Lailaaa! – Alina, su mejor amiga, le quitó los cascos– Llevo un rato detrás tuya
llamándote. ¿Cuándo te has vuelto tan rápida? Alina, como pocas chicas del pueblo, tenía el pelo muy oscuro y siempre lucía un particular bronceado natural que resaltaba aún más sus grandes ojos verdes. Era alta y delgada, con un cuerpo esbelto y bien definido, y unas bonitas piernas alargadas. Con aquel moño mal hecho, una sudadera
roja ajustada y sus zapatillas amarillas, parecía una modelo de revista deportiva. Laila no podía evitar envidiar esa luz que su amiga desprendía siempre, esa bonita cara de muñeca que lucía bien con todo.
–Lo siento, estaba pensando en mis cosas. ¿Sabes ya lo que vas a hacer este año?
–Aún no – Dijo con un tono apagado, apartando la mirada – Y tú, ¿qué piensas hacer?
–Ya lo sabes.
–¿Sabes esas veces en las que tienes una oportunidad delante, pero eres incapaz de verla? Pues cuando he salido de casa para correr, he visto aquel antiguo local que está al lado de mi casa reformado. – Comenzó a decir.
–No te sigo. – Cuando giró el rostro para mirarla el pelo se le pegó a la cara. Se lo apartó con torpeza.
–He entrado por curiosidad, y resulta que... tu padre es el dueño.
–¡¿Qué?! No, Alina, eso no puede ser. Mi padre hace años que se marchó.
–Y bueno, cuando me vio me dio un mensaje para ti, dijo que le gustaría mucho que fueras a verlo y hablaras con él. – Continuó como si Laila no la hubiera interrumpido.
–¿Cómo sabe que somos amigas?
–Vamos, Laila, es un pueblo, casi todo el mundo se conoce.
–¿Y por casualidad no te ha dicho por qué ha vuelto?
–Eso es algo que le corresponde a él decírtelo.
Y continuaron corriendo sin decir nada más. Laila dejó que sus piernas la guiaran mientras pensaba en su padre. ¿Qué podría ser lo que lo había traído de vuelta a la ciudad? Tenía muy claro que ella no podía ser una de esas razones. ¿Qué clase de padre desaparece y se olvida por completo de su hija? Desde luego no uno que vuelve años después con remordimientos.
Habría puesto la mano en el fuego al decir que su padre no la quería, pero no podía negar que a Erik sí. Al fin y al cabo, ellos mantenían el contacto, como dos amigos distanciados que se interesan por el otro muy de vez en cuando.


Erik conducía su viejo coche azul, con Laila a su lado. Él puso el disco de los Guns n'Roses que llevaba años guardado en la guantera.

–¿Estás segura de que quieres venir?– Erik le lanzó una mirada a la vez que conducía.
–Como me lo piense una vez más vas a tener que dar la vuelta y dejarme en casa.

Laila admiraba y confiaba en su hermano mayor como nunca lo había hecho nadie, de
hecho, lo consideraba su mejor amigo. Y él siempre había estado pendiente de que ella fuera feliz.Se había pasado toda la mañana tratando de convencerla de darle una oportunidad a su padre, y ella, no muy convencida, cedió por él, ese chico mayor que siempre había estado ahí cuando lo había necesitado.

Erik apartó una de sus delicadas manos del volante para pasar buscar una canción.

–Sweet Child O'Mine. – Dijo Erik con una perfecta pronunciación. Vio a Laila sonreír por el rabillo del ojo. – La escuchaba en Inglaterra cuando te echaba de menos.
–Yo también te he echado mucho de menos.
–Pensé que te perdería yéndome tan lejos, que nada volvería a ser lo mismo... Pero todo
sigue exactamente igual. Y no hay nada que me haga más feliz.
–Ojalá no tuvieras que volver a irte.

Paró el coche justo en frente de la nueva cafetería de su padre. Tan solo eran las nueve y ya estaba empezando a oscurecer. El cielo tenía algunos todos malvas que se reflejaban perfectamente en el cristal del escaparate del local. Desde afuera parecía bastante grande. Tenía un gran letrero luminoso en el que ponía “Zebra's”, con una tipografía bastante simple, pero llamativa.

Cuanto más se acercaban, más alta escuchaban la música, y centenas de conversaciones diferentes que se mezclaban en un simple ruido inteligible.

–¿Zebra's? Esto tiene que ser una broma. – Laila se vio reflejada en el cristal de la puerta de la entrada.

“¿Esto es real?” se preguntó a sí misma, mirando directamente a los ojos oscuros de aquella chica asustada.

–¿Estás segura de esto? No tienes por qué hacerlo – Le preguntó su hermano con
comprensión por vigésima vez.
–No me cuadra.
–No estudies las cosas desde afuera, deja que sucedan – La cogió de la mano con delicadeza, transmitiéndole su calidez. Lo que la trasladó a su niñez por unos segundos. La presencia de su hermano cerca siempre la había hecho sentir más segura.
–¿Hasta qué punto puede llegar a ser algo de surrealista? – Suspiró.

Erik respondió con una risa suave.

Él se adelantó y abrió la puerta del local, recibiendo directamente el fuerte sonido de la
música, entremezclado con las conversaciones del gentío. Nada más entrar, vieron a un grupo tocando en directo sobre un pequeño escenario, en el que entraban los cinco componentes a duras penas. Los iluminaban algunas luces aleatorias que surgían del techo, resaltando la oscuridad en la que se sumía el ala oeste de la cafetería, donde también se encontraba la infinita barra de un tono marrón cálido, rodeada por sillas metálicas alargadas, con un estampado de cebra en el asiento. A simple vista, no parecían nada cómodos. El resto del local estaba lleno de mesas rodeadas de sillas
parecidas a las anteriores, aunque bastante más bajas. Excepto las mesas que estaban al lado de la pared, esas estaban rodeadas por sofás con estampados de cebras que sobresalían del muro.

–Tengo que reconocer que papá tiene buen gusto, ha sabido como montárselo. –Erik rompió el hielo.
–¿Papá? ¿Perdona? – Se sentía tan rara cuando oía esa palabra en su propia voz.

Había una silueta solitaria detrás de la barra del bar que pasaba desapercibida en la
oscuridad. Estaba mirando al grupo que estaba actuando, hasta que vio la silueta de dos jóvenes cogidos de la mano. Los observó detenidamente, esperando que, en algún momento, algún rayo de luz proveniente del escenario los iluminara tan solo un instante. Cansado de esperar, encendió más luces como las que solo iluminaban el escenario en todo el local. Y todo pasó a estar iluminado por finos rayos azules y violetas, que decoraban una oscuridad densa con sus colores vivos. Y entonces los vio bien. Después de diez años, sus hijos habían crecido y cambiado mucho, pero no lo suficiente como para que un padre no los pudiera reconocer. Salió de detrás de la barra y se acercó a
ellos dando grandes zancadas.

–Gracias por venir. –Detectó en seguida la desconfianza en la mirada de Laila. – De verdad, muchas gracias. – Y se quedó observándolos como ensimismado. Las mejillas sonrosadas de su hija pequeña, su pelo anaranjado cayendo en infinitos mechones rizados sobre un chaquetón verde que la envolvía. Y su hermano, cabeza y media más alto que ella, ya era todo un hombre, con espaldas anchas y brazos poderosos, y un rostro pálido en el que sus imponentes ojos azules eran el centro de atención. Aunque ya fueran dos personas adultas que se podían valer por si mismas, no podía evitar
ver en ellos a los dos niños pequeños que fueron un día.
–¿Para que querías que viniéramos? – Después de dejarse observar por un corto momento, Laila no pudo evitar soltar un comentario directo. Erik le apretó la mano y le soltó una mirada ligera que parecía decir: “déjame hablar a mí”.
–Son buenos estos chicos, ¿verdad? – Dijo señalando al grupo que estaba actuando. Al ver la mirada de rechazo de su hija se quedó en blanco.
–Nos alegramos mucho de que hayas venido, Víctor.

“Habla por ti”. Laila se sentía completamente fuera de lugar. Tanto aquel ambiente
ensordecedor, como la presencia de su padre, la irritaban. Él seguía tal y como lo recordaba. Alto, aunque no tanto como Erik, y muy delgado. Con un rostro que apenas tenía evidencias del paso del tiempo y una mirada gris escondida en unos pequeños ojos alargados. Incluso seguía luciendo el mismo tupé, aunque algo más canoso. Lo único que había cambiado era su forma de verlo.

–Me encantaría que algún día volvierais a llamarme papá. – Apartó la mirada con
resignación, siendo consciente de que se merecía que sus hijos respondieran de esa manera.
–Vas a tener que currártelo mucho.– Laila nunca podía evitar decir lo que pensaba, pero en
esa ocasión, sus palabras impregnadas de odio le hacían daño incluso a ella misma.
–Errare humanum est. –Tenía unas leves arrugas rodeando sus ojos que le daban un aspecto más maduro.
–Sed perseverare diabolicum – Le contestó Erik, comprensivo en todo momento.

“Pero preservar es diabólico” tradujo Laila mentalmente. “¿Cómo perdonar algo así? ¿Cómo es que Erik es capaz de hacer cosas que a mí me resultan imposibles de imaginar?”.
Quizás fuera por eso por lo que ella admiraba tanto a su hermano mayor.
Soltó la mano de este y se apartó de la conversación, observando a la gente que se
encontraba en el bar. Buscando caras conocidas. La mayoría eran chicos que estaban en su instituto el curso pasado, pero a casi todos los conocía solo de vista. No le resultaba nada fácil intercambiar más de cinco frases con un desconocido. Distinguió por el fondo del local a Lena, Robert, Ro y a su mejor amiga, Alina, sentados en uno de esos sofás con estampado de cebra que sobresalían de las paredes.
Se abrió paso entre la multitud que estaba en frente del escenario bailando las cutres canciones de un simple grupo de instituto, y con unas pocas zancadas llegó a su destino. Se sentó al lado de Ro, una chica algo mayor que ella, de infinitas piernas y brazos blancos, con un rostro redondeado y dos
grandes ojos almendrados que eran el centro de atención. Su siempre perfecto pelo castaño le caía en mechones lisos, rodeándole las mejillas. No la conocía mucho, pero era una chica simpática con la que solía coincidir en matemáticas.

–Hola chicos. – Laila no era precisamente el alma de la fiesta, pero siempre se hacía notar.

Todos respondieron a su saludo, y la incluyeron en la conversación.

–¿Qué opinas del grupo? – Quiso saber Lena, una chica rubia con tirabuzones bien definidos, rostro pálido y unos ojos grises que siempre lo miraban todo con una excesiva curiosidad. Laila y ella tenían la misma edad, de hecho, llevaban juntas en clase desde los tres años.
–Pues... Creo que...
–Son la peste – Intervino Alina – “Y tu corazón rugirá al ritmo del motor de mi cochazo” – Repitió una de las últimas frases que dijeron.
–Son penosos – Dijo Robert, un antiguo amigo de su hermano. – Deberían preocuparse por aprobar las 8 asignaturas pendientes que tienen todos y no por intentar sacar a flote un barco que ya está hundido.
–Creía que erais amigos, pobrecitos – Lena pareció molestarse con el comentario de Robert, que le pasó un brazo por encima, y enredó sus dedos en los tirabuzones dorados de Lena.
–¿Pero qué sentido tiene esa frase? ¿Tu corazón rugirá? ¿Mi cochazo? – Alina seguía dándole vueltas a lo mismo, buscando rápidamente con sus ojos verdes a alguien que le hiciera caso.
–Es una metáfora. – Laila intentó centrarse en la conversación para intentar evitar pensar en su padre.
–¿Una metáfora? Es una letra horrible a secas.
–Se refiere a que cualquier mujer podría enamorarse de un chico con dinero. – Intervino
Robert.
–Encima de malos, machistas. Pensaba que no se podía ser peor.

Volteó la cabeza, buscando al grupo con la mirada, pero en su lugar vio un rostro pálido
conocido abriéndose paso entre la multitud. “¿El chico del aeropuerto?”. Lo siguió con la mirada con dificultad, hasta que se perdió entre el gentío. Se levantó y corrió hacia el gran grupo comprimido de personas que bailaban aquellas “horribles” canciones. Se lanzó a ellas sin pensarlo dos veces. Todos eran más altos, y se sentía agobiaba al verse rodeada de sudorosas espaldas que la estrujaban. Aun así, consiguió seguir la llamativa melena rubia que resaltaba entre la apagada multitud. Y cuando creyó haberla alcanzado, su alta y corpulenta silueta desapareció entre las luces azules y violetas.


domingo, 19 de febrero de 2017

Capítulo 1 (Maldición de Invierno)

Tuvo que empujar la puerta con todas sus fuerzas para conseguir cerrarla. Por fin había llegado a casa. Y aunque el frío siguiera calándole hasta los huesos, al menos había conseguido refugiarse del viento huracanado.
¿Cómo era posible una nevada así a principios de septiembre? Después de todo, vivían en una pequeña ciudad en la que nunca pasaba nada fuera de lo normal. Ni siquiera había granizado nunca allí.
Laila se quejó para sí misma cuando vio su mal aspecto reflejado en el espejo de la entrada. Su larga melena castaña, que normalmente dibujaba unas ondas perfectas, ahora estaba desordenada y encrespada, llena de pequeñas motitas blancas. Pequeños copos de nieve que, a primera vista, habrían dado un aspecto de suciedad. Agradeció en silencio la oscuridad que había en aquella pequeña habitación, que solo la permitía distinguirse a sí misma en tonos ocres y grises. Lo suficiente para ver su remarcado ceño fruncido, y una penetrante mirada oscura de insatisfacción.
–Laila, ¿estás ahí? – La distante y ronca voz de su abuela la sacaron de su ensoñación. – ¿Laila? – Repitió.
–Sí, abuela, acabo de llegar. – Respondió mientras abandonaba la entrada, dejándose llevar por la voz de la mujer.
–¿Podrías venir a ayudarme?
La grave voz de su abuela la guió a la segunda planta. Habría sido más rápido de vivir en una casa más pequeña.
"¿Para qué necesitamos tanto espacio si solo vivimos aquí dos personas?", se preguntaba en ocasiones, sobre todo cuando tenía que encargarse de limpiar habitaciones frías y vacías en las que nunca tenía la necesidad de entrar. Habitaciones que carecían de esa vida que tienen aquellas que pertenecen a alguien. Aquellas que desprendían una especial calidez humana.
Después de subir dos escaleras de incontables peldaños de mármol, encontró por fin a su abuela, luchando contra el viento para conseguir cerrar una ventana. Con tan solo dos zancadas tomó el lugar de la anciana, y con un empujón consiguió lo que a la mujer le estaba llevando tanto esfuerzo. Había vuelto a estar en contacto con el viento tan solo unos pocos segundos. Lo suficiente para terminar con la piel helada, y la cara y la ropa llenas de trocitos de hielo.

Rodeaba con sus alargados dedos una taza de té caliente, absorbiendo así el calor que desprendía la porcelana. Su tez y sus mejillas, que normalmente tenían un color algo rosado, estaban más pálidas que de costumbre. Mientras tanto, observaba el ritmo dinámico con el que su abuela recorría la casa haciendo labores. A sus casi ochenta y cuatro años, era una señora de limitada estatura y cortas piernas que podría seguir perfectamente el paso de un muchacho joven y alto, como lo era su otro nieto, el hermano de Laila. Tenía una abundante melena sin fin que siempre recogía hábilmente con un palillo en un roete gris, y unos brillantes ojos grises que reflejaban tanta vitalidad como los de un niño ilusionado.
–¿No has notado nada extraño? – Le dijo mientras se sentaba a su lado, después de amontonar las cacerolas en una esquina de la encimera.
–Dejando aparte el detalle de este tiempo apocalíptico en pleno verano, todo parece estar como siempre. – Sus hombros se encogieron debajo del grueso chaquetón.
–No es solo una ventisca, está pasando algo más.
–Abuela, deja de decir estas cosas o empezaré a pensar que estás enloqueciendo. – Hizo una pausa para tomar un sorbo de té, que pasó caliente por su garganta. – Vivimos en el mundo real.
–¡Ah!, es una pena, estas nuevas generaciones no me toman en serio. Tu hermano tampoco lo hizo nunca. Menos mal que aún hay gente que piensa que soy algo más que una vieja chiflada.
–¿Y qué es eso que según tú está pasando? Sorpréndeme. – Soltó en vaso sobre la mesa y dejó que su mirada se perdiera en el humo que el té caliente desprendía, mientras esperaba una respuesta. Con frecuencia, su abuela solía hablar sobre sucesos sobrenaturales. Sucesos que le resultaban imposibles de creer.
–No sabría decirte con exactitud, pero es algo que nunca antes había llegado con tanta fuerza.
"Algo que nunca antes había llegado con tanta fuerza". Esas palabras desconcertaron a Laila y resonaron en su mente durante unos minutos. Ni siquiera después de darle un centenar de vueltas le encontró el sentido. Pero no tardó demasiado en olvidarse del tema. Continuó observando las formas que dibujaba el humo, hasta que consiguió perderse en él.
Unos golpes que alguien dio en la puerta de la entrada la sacaron con brusquedad de su mundo interior lejano. Su abuela se levantó a abrir, y en cuestión de segundos su casa se encontraba llena de desconocidos. Nada nuevo para ella. Habitualmente muchas personas de la pequeña ciudad en la que vivían, y de los pueblos que la rodeaban, acudían a su abuela en busca de ayuda "esotérica". O de "un fantasioso empujoncito para sus problemas", como Laila lo llamaba.
Se levantó de un salto y se dirigió a su cuarto, antes de que su abuela comenzará a leer el futuro de desconocidos en las cartas, cosa que para ella no tenía sentido. ¿Cómo te va a decir un simple trozo de papel con dibujos lo que solo tú mismo te vas a buscar? Para ella, creer en eso era como creer en el destino, y ambas cosas le parecían absurdas. Sin embargo, era el trabajo de su abuela lo que la había mantenido durante casi toda su vida, hasta que su hermano encontró trabajo en Inglaterra y con regularidad mandaba algún que otro sobre con dinero.
¿Por qué toda esa gente seguía yendo a una consulta esotérica en pleno siglo XXI? Y es que, su abuela no solo veía el futuro en las cartas, también recurrían a ella en busca de hechizos. Algunas eran niñas de no más de quince años que querían que un chico se enamorara de ellas, y su abuela cedía y lo hacía. Laila no sabía mucho sobre esos temas, pero siempre había tenido la certeza de que eso supondría entrar en la magia negra.
Al entrar en su cuarto, vio en el calendario que estaba colgado en la pared que aquel día estaba señalado, lo que le recordó algo que le quitó de la cabeza aquellos ilógicos pensamientos.
–¿Magia? Esto es el mundo real, y en el mundo real, ¡hoy llega mi hermano de Inglaterra! – Casi derrama una lágrima al escucharse a sí misma diciendo eso. Había echado tanto de menos al chico durante los últimos dieciséis meses que no se podía creer que por fin iba a volver a verlo.

Miró el reloj y se dio cuenta de que aún faltaban unas dos horas para que el avión llegase, pero estaba tan nerviosa que necesitaba salir ya para el aeropuerto, necesitaba matar el tiempo. Se quitó las gastadas zapatillas que llevaba y las cambió por unas botas marrones que no dejaban pasar ni un mililitro de agua. Cogió un característico bolso blanco, que tenía un extraño estampado tropical, y se lo colgó de los hombros.
Salió corriendo de su cuarto, tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Las escaleras parecían no tener fin. Cuando por fin llegó abajo, su abuela le cortó el paso.
–¿Dónde vas con este tiempo? – Apoyó una de sus huesudas manos sobre la barandilla. Cuando fruncía el ceño, sus ojos grises se quedaban casi escondidos debajo de la piel arrugada.
–¿No deberías seguir atendiendo a tus clientas?
–¿Dónde? – Insistió.
–¿Te acuerdas de tu otro nieto? – Intentó pasar por el hueco que quedaba libre, pero la mujer lo cubrió en seguida con su cuerpo. Laila estaba comenzando a desesperarse. – Pues hoy vuelve.
–¿Te importaría parar de responder a mis preguntas con más preguntas?. – De repente, sin decir nada más, se dio media vuelta y fue hacia la cocina. Laila dio dos pasos sin hacer nada de ruido, dispuesta a aprovechar la distracción. – ¡No te muevas! – Gritó la anciana.
"¿Cómo puede saber que me he movido habiendo varios muros entre nosotras?" Pensó.
La abuela llegó en seguida con un collar en su mano. Este tenía una perla redonda de un brillante color verde esmeralda, sujeta por una cadena de cuero marrón. Se apreciaba a simple vista que era una piedra natural. A pesar de tener una superficie irregular y algunos arañazos, a Laila le pareció preciosa.
–Esto te ayudará a reconocer las malas presencias... Espero que sepas alejarte de ellas. – Dejó que su nieta la observara durante algunos segundos más. – ¿Me prometes que lo llevarás?
–¿Lo dices por la nevada? Es raro en estas fechas, pero es algo natural. – Encogió los hombros, con una expresión despreocupada.
La anciana entrecerró los ojos, y dio un largo y gélido suspiro, que revolvió el cabello de la chica. Poco después, todas las puertas y ventanas de la casa se cerraron dando un portazo. Laila no era de esas que se asustaban con facilidad, pero aquella vez no pudo esconder que aquel estruendo la había pillado por sorpresa. Había sido el viento, eso era todo.
–¿Quieres salir? – Puso el collar ante sus ojos. – Pues hazme caso.
Laila se giró y se sujetó el pelo mientras su abuela le abrochaba el colgante.
–Puedes convencerme de llevarlo, pero no puedes obligarme a creer en tus ayudas esotéricas.
–Ponme a prueba – bromeó.
Se miró en el espejo de la entrada antes de salir. Aunque la pequeña habitación continuaba a oscuras, la piedra del collar brillaba por sí misma. Desprendía una luz verde que hacía que se reflejaba sobre la palidez de su piel con facilidad, a la vez que resaltaba el negro de sus ojos. En realidad, le gustaba la forma en la que aquella esfera se ajustaba entre el hueco de las clavículas. Se percató de que su abuela seguía observándola.
–Supongo que no está tan mal. – Se encogió de hombros. – Gracias.
Y en cuanto la mujer se marchó, salió corriendo de la casa, caminando contra el frío y fuerte viento, que iba siempre en su contra.


Aparcó su moto en frente del aeropuerto antes de entrar. Aquel lugar era casi tan grande y espacioso como un centro comercial. En la entrada había una cafetería, una tienda de souvenirs y otra con cosas esenciales para los viajeros despistados que se las olvidaran en casa, y que aprovechaban para vender a precio de oro.
Aún quedaba media hora para que el avión de su hermano llegara, así que entró en la gran tienda de souvenirs para hacer tiempo. De casualidad encontró pulseras con grabados, y en una de ellas ponía sobre una placa de metal; "eres mi hermano favorito". No es que tuviera más hermanos, de hecho, Erik era el único que tenía, pero aun así le pareció perfecta.
Los veinticinco minutos restantes los pasó sentándose y levantándose de sitios apartados, sin poder estar más de medio minuto quieta.
"El avión procedente de Inglaterra está a punto de aterrizar." – Dijo de un momento a otro una voz aguda, envuelta por una música simple y corta, parecida al sonido de un xilófono.
Después de la media hora más larga de su vida, parecía imposible que hubiera sonado por fin ese esperado mensaje. Aminoró el paso para dejar atrás cuanto antes el olor a café, las conversaciones en varios de idiomas diferentes y los mostradores de información, con colas infinitas de personas llenas de dudas y quejas.
A través de las puertas de cristal vio como aterrizaba el avión. Dentro de él, en algún asiento concreto, estaría su hermano, deseando de bajar a tierra firme, de pisar la que era su tierra.
"¿Tendrá él las mismas ganas de verme a mí?" Se preguntó Laila a sí misma.
Se abrieron las puertas, y cientos de pasajeros bajaron por la eterna escalera. Lo buscó desesperadamente con la mirada, pero no consiguió encontrarlo. Todo pareció pasar a cámara lenta, sin embargo, no pasaron más de diez minutos hasta que los primeros empezaron a entrar por las puertas de cristal, frente a las que ella se hallaba esperando. Comenzó a notar la presión de los pasajeros pasando con fuerza por su lado, la calidez de sus cuerpos, sus exhalaciones, y un olor a menta, café, y tabaco.
Se llevó algunos pisotones y empujones, y no era de extrañar, pues era como un obstáculo para los pasajeros. Pero aquello no le impidió a Laila seguir en medio del gentío. Ni siquiera le importó ser engullida por la multitud.
Después de esperar unos minutos en la misma situación, sin ver llegar a su hermano, comenzó a caminar a contracorriente, sin saber bien lo que estaba haciendo.
¿Pretendía ir ella misma al avión y encontrarlo allí?
Pero de un momento para otro, alguien la agarró del brazo y tiró de ella, sacándola con dificultad de la multitud.
Y ese alguien era él.
Aquel que un día fue un niño revoltoso que la hacía de rabiar. Aquel que un día cambió sus soldaditos de juguete por maletas cargadas de ropa. Un niño de ahora veinte años. Metro ochenta y cinco, de constitución delgada pero con anchas espaldas, y un cabello negro y desaliñado que debía llevar varios meses sin cortar. Sus ojos azules la miraron fijamente hasta que ella se lanzó sobre él y lo envolvió en un fuerte abrazo. Él hizo lo mismo.
–¡Por fin!¡Por fin estás aquí! – Lo abrazó con más fuerza. – No tienes ni idea de cuánto te he echado de menos.
–Yo a ti también, pequeñaja.
–Ay madre... –Laila se separó de él. Tenía una mirada de preocupación en su rostro.
–¿Qué es este colgante? – Dijo mientras sostenía la piedra entre las yemas de sus dedos.
Su luz verde se reflejaba de una forma espectacular sobre sus ojos azules. Era como estar viendo una tormenta de colores.
–La abuela no te habrá comido la cabeza con sus cuentos, ¿verdad?
–Erik, he olvidado mis cosas en alguna parte...
El chico abrió la boca, pero la cerró antes de decir algo que hubiera podido desanimar a su hermana. Aunque era muy obvio que con tanta gente moviéndose por aquel lugar, alguien las habría cogido.
–Yo... Voy a ver si las veo. –Se giró y salió corriendo, dejando a su hermano atrás.
Estaba más preocupada por haber perdido el regalo que tenía para su hermano, que por los cascos de la moto. Miró en cada sitio en el que había estado, sorprendiéndose a sí misma de ser capaz de recordarlos todos. Preguntó a algunas personas que había cerca, para lo cual tuvo que hacer uso de sus leves conocimientos en francés y alemán. Nadie había visto nada. Y tampoco estaban en objetos perdidos.
–¿Qué has perdido? – Su hermano se abrió paso entre la multitud para seguirla.
–Los cascos de la moto y... otra cosa... –Dijo mientras seguía buscando con la mirada. –Oh, Dios, soy un completo desastre.
–Menos mal que siempre llevas la cartera en los bolsillos. No te preocupes, seguro que...
–¿Eres tú la que se ha ido olvidando la cabeza por ahí? – Lo interrumpió una voz grave y fuerte. Una voz que, en cualquier otra circunstancia, le habría parecido atractiva, reconfortante. Laila dio media vuelta y se encontró con un chico que físicamente resultaba muy llamativo. Pelo de un dorado muy claro, piel muy pálida y unos ojos grises fuera de lo común. Tenía una nariz alargada y una cara fina, con el mentón muy pronunciado. Le pareció más alto que su hermano, aunque desde su perspectiva de metro sesenta y cinco, casi todos los chicos de la ciudad le parecían altos.
–Supongo que sí eres tú. – Sostenía en su mano derecha la bolsa de la tienda de souvenirs, y los cascos colgaban de sus antebrazos.
–Eh, cuida el tono con el que le hablas a mi hermana. – Intentó ponerse delante de Laila, pero esta no lo dejó.
–Ey, no importa – Dijo. Ella también se había dado cuenta de que aquel chico desprendía prepotencia por los cuatro costados.  – Sí, soy yo, gracias. – Al coger sus cosas rozó la mano del chico, y esta le devolvió un tacto parecido al de un cubo de hielo. El frío de su piel la dejó paralizada por un momento. Fueron tan solo unos segundos, los suficientes para que ambos se miraran a los ojos y compartieran en silencio un mismo presentimiento. Hasta que él acabó con la rigidez de la situación al romper el contacto visual, para encontrar con la mirada aquel brillo verde que colgaba del cuello de la chica.  Sus ojos grises adoptaron por completo el color de la perla, como si fueran tan moldeables como el hierro ardiente.
–Laila, vámonos, este tío me da mala espina – Le susurró a su hermana sin quitar sus ojos de encima del desconocido.
–Me alegra haberte sido de ayuda. – Dijo. Las palabras no salieron con fluidez de sus labios, pero era obvio que él había querido que fuera así. Y se dio media vuelta, poniendo el punto final a una desafortunada coincidencia.
Laila permaneció inmóvil mientras veía marchar a aquel prepotente desconocido. Todavía podía sentir como una oleada de frío helado se extendía hasta alcanzar todos los nervios de su cuerpo. 

Maldición de Invierno (Prólogo)

Corría el año 1850. Recuerdo que fue el invierno más duro que había vivido hasta entonces en mi ciudad natal, Nueva York.

Por aquel entonces yo aún vivía con mi madre y mis dos hermanos. Éramos lo que se entiende por la típica familia americana, en resumidas cuentas. Todo era normal hasta que mis hermanos enfermaron gravemente de cólera, y mi madre me echó de casa para evitar que yo también me contagiara. Estaba solo, sin dinero, ni un techo que me resguardara del frío. Pero tuve suerte, porque al día siguiente encontré un trabajo en un hotel. Aunque no estaba bien pagado, al menos me permitieron quedarme allí el tiempo que fuera necesario.
Madre me prohibió volver hasta que la enfermedad hubiera abandonado aquella casa, pero yo sabía que me necesitaban. Mis hermanos enfermos, mi madre cuidando de ellos y mendigando para conseguir las medicinas... Ya no había nadie que llevara comida a esa casa. Y solo de pensarlo se me encogía el corazón.
Por eso comencé a hacer visitas nocturnas a la cocina. En mitad de la noche me levantaba, iba en silencio hasta la habitación y llenaba un saco beige con el pan que había sobrado aquel día, uno o dos botes de leche, y alguna que otra fruta. Después de eso, iba a casa y dejaba allí la comida mientras todos dormían. Y así pasaron días, e incluso semanas, hasta que una noche, cuando estaba regresando al hotel, me di cuenta de que unos hombres me habían estado siguiendo. Se me echaron encima de improvisto, y me golpearon hasta dejarme en algún punto entre la vida y la muerte. No podía moverme, era media noche y las calles seguirían solitarias durante al menos tres horas más, así que di por hecho que aquella sería mi última noche.
Pero no pasó mucho tiempo hasta que una silueta se acercó corriendo a mí. Alguien debía de haber escuchado el jaleo de la pelea. Y pensé que venía a ayudarme.
Una idea que me duró pocos segundos en la cabeza, cuando un destello plateado me sacó de dudas; su puño agarraba con fuerzas una larga daga.
No, no había venido a salvarme. Estaba allí para rematarme.
La sombra se fue haciendo cada vez más nítida, y el arma estaba cada vez más cerca de mí. Esos segundos se convirtieron en una eternidad. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. Era como estar dentro de una cárcel.
Sus pies ya estaban justo en frente de mi cara. Y cerré los ojos, con el único deseo de que todo aquello se terminara lo más pronto posible. Y entonces, la punta de la daga se clavó en mi espalda, para abrirse paso entre la carne, los músculos y los huesos con los que se fue encontrando. Hasta que acabó con toda esa capa que se unía con una misma causa: Proteger al corazón.
Todo mi cuerpo ardía de dolor. A aquellos niveles era imposible que continuara consciente. Pero estaba ocurriendo.
Y en ese momento, el arma atravesó mi corazón con su puntiaguda y afilada hoja de hierro.
Cerré los ojos y seguí esperando. Todo tenía que estar a punto de terminar.
Y entonces, mi vida, tal y como había sido hasta ese momento, llegó a su fin.


miércoles, 26 de octubre de 2016

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Buenos días, lectores! 

En muchos casos, a los lectores también nos gusta escribir, pero todos sabemos ya lo difícil que es conseguir lectores para nuestras propias historias, hacerse un hueco en Wattpad, y peor aun, recibir críticas que nos sirvan de verdad. Es por eso que os planteé la idea como algo que podía interesaros, así que, después de tardos días trabajando a fondo en la iniciativa, os presento Seamos Escritores

Aunque pueda parecer que tiene una explicación demasiado larga, no es preocupéis, en realidad es muy sencillita.



¿En qué consiste?
  1. No hay un número limitado de participantes.
  2. Debéis seguirnos a las organizadoras en nuestros respectivos blogs de escritorasTardes de Fantasía y Celeste F Moncada.
  3. Podéis participar en dos categorías, como escritores y como lectoresAmbas comprometen a seguir un mínimo de 3 historias, aunque podéis seguir más si queréis (tened en cuenta que lo más probable es que las historias se suban semanalmente y por capítulos, así que con dedicar un ratito de una tarde a la semana a leer y comentar llega :)).
    • - Lectorespodéis pasar a la categoría de escritor cuando lo deseéis (o no, si no os interesa), solo tenéis que notificárnoslo por correo a alguna de las dos organizadoras.
      • - Debéis comentar (de forma constructiva) todas las entradas que los escritores suban. No pasa nada si resulta que estáis muy ocupados y comentáis los capítulos 3 y 4 de la historia X el mismo día porque no tuvisteis tiempo de seguir leyendo en toda la semana. Lo que no puede ser es que un lector esté más de un mes sin comentar.
    • - Escritoresos comprometéis a ir subiendo vuestra novela por capítulos o partes de capítulos (cada uno a su ritmo). Cele y Sindy os aconsejan subir otro tipo de entradas relacionadas con vuestra novela (podéis hablar de vuestros personajes, dibujarlos, contar curiosidades sobre la historia, etc.). Esto servirá para que el lector se meta en la historia incluso antes de leerla y la coja con ganas.
      • Ser escritor implica ser lector también, por eso hay que seguir tres historias.
      • - Con "historias" nos referimos también a todo tipo de escritos. Damos por supuesto que la mayoría de los escritores escribiréis narrativa, pero si algún poeta o dramaturgo novel se pasa por aquí, es más que bienvenido.
  1. Esto es muy importantePARA AYUDARNOS ENTRE NOSOTROS TENEMOS QUE DAR CRÍTICAS CONSTRUCTIVASEs decir, no basta con un "me encanta", y por supuesto, tampoco se permiten los insultos/críticas crueles. Los que se limiten a ese tipo de comentarios serán eliminados de la iniciativa.
  2. Necesitáis un blog únicamente para compartir vuestros escritos. Pensad que casi todos los escritores tienen un blog personal, y que si queréis escribir profesionalmente, tarde o temprano os hará falta.
  3. Cada mes os enviaremos un correo con las novedades de la iniciativa. Principalmente, os presentaremos a los nuevos participantes, así como las historias menos leídas, para que todos escojáis al menos una para leer (así nadie se quedará sin lectores). Además, realizaremos un grupo en drive con una ficha de todos los escritores, con los datos de su novela (poesía o guion) y la dirección de su blog.
  4. Al segundo mes que estéis inactivos sin habernos informado, seréis avisados por correo. Al tercero, eliminados de la iniciativa. La idea es evitar que se llene de "participantes fantasma".
  5. Si sigues una historia de Seamos Escritores, debes seguir el blog. También debes seguir los blogs de los lectores de Seamos Escritores que lean y comenten tu historia.
  6. Debéis llevar el banner a vuestro blog.
  7. El objetivo de la iniciativa es ayudarnos entre todos, no lo olvidéis.
Aclararemos, por si no ha quedado claro, que esta no es una iniciativa en la que TODOS nos tenemos que seguir a TODOS. Aquí seguimos a quien nos interesa lo que escribe (aunque deben de ser 3 como mínimo) y a quien nos sigue, lee y comenta porque le interesa lo que escribimos.


¿Cómo participo?

Muy sencillo, solo tenéis que enviar un correo a seamosescritores@gmail.com con los siguientes datos:

-Nombre y apellidos (o apodo/pseudónimo).
-La dirección de vuestro blog.
-Una dirección de correo a la que queráis que os lleguen las novedades de la iniciativa.
-Un resumen de vuestra novela (para darla a conocer a los demás participantes).

¡Y esto es todo! Supongo que después de leer la entrada, entenderéis por qué ha llevado "tanto" tiempo el tener que planearla. Le hemos puesto mucha ilusión a esta iniciativa, y creemos que es diferente, porque aunque haya muchas redes en las que subir lo que escribáis, siempre hay un TOP de historias que le quitan visibilidad a la vuestra, y es muy difícil encontrar lectores sinceros y fieles.
Si no tenéis interés en participar, os agradecería que compartiérais la entrada para así darle una mayor difusión. Pensad que vuestros escritores favoritos también tuvieron un comienzo, y a día de hoy, a muchos escritores nóveles que son diamantes que necesitan pulirse. 

No lo olvidéis: TODO EL MUNDO SE MERECE UNA OPORTUNIDAD.

¡Muchas gracias a los que participéis, a los que la difundáis, y a los que os habéis interesado por la iniciativa!