domingo, 19 de febrero de 2017

Maldición de Invierno (Prólogo)

Corría el año 1850. Recuerdo que fue el invierno más duro que había vivido hasta entonces en mi ciudad natal, Nueva York.

Por aquel entonces yo aún vivía con mi madre y mis dos hermanos. Éramos lo que se entiende por la típica familia americana, en resumidas cuentas. Todo era normal hasta que mis hermanos enfermaron gravemente de cólera, y mi madre me echó de casa para evitar que yo también me contagiara. Estaba solo, sin dinero, ni un techo que me resguardara del frío. Pero tuve suerte, porque al día siguiente encontré un trabajo en un hotel. Aunque no estaba bien pagado, al menos me permitieron quedarme allí el tiempo que fuera necesario.
Madre me prohibió volver hasta que la enfermedad hubiera abandonado aquella casa, pero yo sabía que me necesitaban. Mis hermanos enfermos, mi madre cuidando de ellos y mendigando para conseguir las medicinas... Ya no había nadie que llevara comida a esa casa. Y solo de pensarlo se me encogía el corazón.
Por eso comencé a hacer visitas nocturnas a la cocina. En mitad de la noche me levantaba, iba en silencio hasta la habitación y llenaba un saco beige con el pan que había sobrado aquel día, uno o dos botes de leche, y alguna que otra fruta. Después de eso, iba a casa y dejaba allí la comida mientras todos dormían. Y así pasaron días, e incluso semanas, hasta que una noche, cuando estaba regresando al hotel, me di cuenta de que unos hombres me habían estado siguiendo. Se me echaron encima de improvisto, y me golpearon hasta dejarme en algún punto entre la vida y la muerte. No podía moverme, era media noche y las calles seguirían solitarias durante al menos tres horas más, así que di por hecho que aquella sería mi última noche.
Pero no pasó mucho tiempo hasta que una silueta se acercó corriendo a mí. Alguien debía de haber escuchado el jaleo de la pelea. Y pensé que venía a ayudarme.
Una idea que me duró pocos segundos en la cabeza, cuando un destello plateado me sacó de dudas; su puño agarraba con fuerzas una larga daga.
No, no había venido a salvarme. Estaba allí para rematarme.
La sombra se fue haciendo cada vez más nítida, y el arma estaba cada vez más cerca de mí. Esos segundos se convirtieron en una eternidad. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. Era como estar dentro de una cárcel.
Sus pies ya estaban justo en frente de mi cara. Y cerré los ojos, con el único deseo de que todo aquello se terminara lo más pronto posible. Y entonces, la punta de la daga se clavó en mi espalda, para abrirse paso entre la carne, los músculos y los huesos con los que se fue encontrando. Hasta que acabó con toda esa capa que se unía con una misma causa: Proteger al corazón.
Todo mi cuerpo ardía de dolor. A aquellos niveles era imposible que continuara consciente. Pero estaba ocurriendo.
Y en ese momento, el arma atravesó mi corazón con su puntiaguda y afilada hoja de hierro.
Cerré los ojos y seguí esperando. Todo tenía que estar a punto de terminar.
Y entonces, mi vida, tal y como había sido hasta ese momento, llegó a su fin.


1 comentario:

  1. ¡Hola!
    Un gran prólogo ^^, sin duda cualquiera que lo lea deseará saber más sobre la historia (yo incluida). Voy a leer ahora el primer capítulo y escribo un comentario más extenso allí.

    Besos y un saludo!!

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